Por Kache Ramírez
Este cómic vale más que todo lo que aparece en su portada. |
Hay que tener en mente que ya casi nadie puede decir que no le gustan los cómics. De hecho el despistado que por ahí, quisiera lanzar injurias contra cualquier lector de cómics que exhibe su gusto por hacerlo, quedaría en ridículo. Las probabilidades de que a una persona le guste alguna historia que nació de un cómic en esta década son más altas que en ninguna otra. Los años 2000 y el CGI han asesinado la figura del nerd lector de cómics reprimido. Los bullies tendrán que buscar sus víctimas en otro lado (probablemente en la clase social, el género o la inclinación sexual; esas nunca fallan). Solo existen lectores de buenos cómics y de malos cómics.
¿Quién
sabe? tal vez un cómic que algún valiente publicara en Geektropolis podría
volverse un día serie de televisión y luego saltar al cine.
Como
yo lo entiendo, nosotros somos los nietos que crecieron en una larga paz
simulada (o una larga simulación de paz). Somos lo que pasó después de los
créditos de una película de acción, del taquillazo del verano de 1945, donde
ganaron the good guys, venciendo a la
gente mala para regresarse a su casa a contar sus historias que servirían como
recordatorio para no dejar caer a ninguna sociedad en el timo de una(s)
mente(s) productiva(s) y de discurso seductor. Para conmemorarlo, el mundo occidental dejó teóricamente los
canales abiertos para que la gente se pudiera comunicar... y bueno, la
comunicación tenía que dirigir a la tolerancia, al diálogo, a la razón, y a
todas esas cosas que en Latinoamérica encontramos muy seguido como obtusas y
tachamos de petulantes.
En
ese caldo de cultivo de ideas y hasta la fecha, donde vivimos una decadencia
que se dejó venir apresurada, los cómics se han desarrollado hasta volverse
parte de la cultura popular de casi cualquier país. Una herramienta más donde
la gente puede expresarse y exponer sus ideas.
Durante
décadas hubo adaptaciones que no alcanzaban el respeto de la gente, simplemente
porque el elemento heroico de un personaje de cómic llevado a una cinta o serie
de televisión, se veía mermado por los efectos especiales que simplemente no
podían poner en pantalla los poderes y situaciones alrededor de un héroe épico.
Y ese problema perduró por años.
Tengo manita, no tengo manita... |
Fue lo más cercano que pudimos conseguir... |
Entonces ¿En que se están convirtiendo los cómics? No creo que podamos decirlo con exactitud. La cosa está mutando y parece que estamos a la mitad de una evolución y dudo que nosotros, en esta generación de saqueadores culturales a la que pertenecemos, vivamos lo suficiente para verla y analizarla con la crítica que da la distancia.
Tomaré
como punto de partida la publicación del cómic de Superman como el arranque del
cómic de superhéroe moderno. Le pediría a cualquiera que quiera dedicarle un
rato a leer esto que tome esa convención que bien podría no ser cierta, mas
para un lector de cómics ocasional como lo soy yo y como lo ha sido casi todo
el mundo en algún momento de su vida, es una referencia clara que nos pone en
la misma línea temporal. Pero ¿Qué podría interesarle entonces a un lector
ocasional esto de los cómics?
¿Otra vez estoy en Geektropolis? |
Han
existido adaptaciones en otros formatos diferentes al cómic basados en sus
personajes por mucho tiempo; novelas, cine, animación, animación 3D, obras de
teatro de Broadway, películas, radionovelas. Todo ha vendido y muy bien. Sin
embargo todos los formatos enfrentan el reto de perder el elemento gráfico que
lo hace tan atractivo. Todos menos el cine y la TV.
Entre
otras cosas, los cómics son al parecer ensayos sobre una sociedad posible.
Fotografías de un mundo que pudo ser y muchas veces atinan con una exactitud
que solo sigue sorprendiendo a los más incrédulos. Después de todo, un cómic, al
igual que la literatura, es un trabajo de deducción cuya relevancia nace de lo
sensible de su argumento, no de lo ilustrado del tema (entendiendo argumento
como el orden cronológico en el que decide el autor presentarnos la historia)
por las emociones que puede evocar en sus lectores. Todo ya se ha contado una y
otra vez, pero es la forma de hacerlo y la actualidad que vive el tema lo que
nos sigue impulsando a querer saber nuevas versiones de problemas viejos. De no
ser así, después de obras totales como Ilíada y La Odisea de Homero (del
filosofo griego, no del gringo de Springfield) ya no se habría vuelto a
escribir nada épico.
Los
creadores de cómics están en las mismas camisas de fuerza en las que se han
metido todos los escritores para seguir sorprendiendo e ilustrando con
instantáneas de ficción a un público que esté dispuesto a exponerse a un
trabajo. Cualquier gran historia aspira a comprender el mundo y acotarlo dentro
de sus fronteras, y mientras que todo alrededor de la trama esté salpicado de
algo de verosímil, el trabajo es un haiku, un aforismo de la realidad. Los
cómics se vuelven casi ensayos cinematográficos de épicas griegas, comedias de
Lope de Vega o dramas Shakespearianos en manos de alguien hábil. Las historietas
tienen dibujos secuenciales; un elemento cinematográfico del que siempre van a
carecer la novela, el cuento y los poemas épicos griegos y esto hace al cómic
primo-hermano del cine, las artes escénicas y por tanto, más fácilmente
adaptable a esos medios.
Las
cintas basadas en cómics suelen reposar en camas hechas de billetes. En un
abrir y cerrar de ojos la publicidad despojó al medio que los vio nacer de
etiquetas que lo encasillaban en gusto infantil o de adultos con complejo de
Peter Pan. Pero al parecer la cosa está regresando a ese pobre entendimiento
del cómic.
Los
personajes de cómic son una referencia universal (ósea de occidente) que vivieron
los niños que ahora son adultos y las exponen a su vez, a sus propios hijos
creando personajes de cultura popular. Las adaptaciones de cómics al cine son
un intento de llevar a la pantalla grande problemas susurrados por todos pero
que poca gente se da el tiempo de enfrentar leyendo un libro o viendo una
película seria.
Algo
que en su momento no me encantó de la adaptación de Watchmen fue que no se le
dio el peso que merecía al tema del Tiempo. La historia de Moore se recarga por
completo en el móvil: el hombre más inteligente del mundo, orquestra una forma
de engañar al único ser casi omnipotente que ha conocido la humanidad manipulando
lo que guarda en común con los mortales con los que convive, sus emociones, sacrificando
la vida de millones de personas para así salvar a la humanidad de sí misma.
En medio de esa trampa de arena moral, unos personajes que son poco menos que
psicópatas caminan de la mano con la Deidad que se inventó Moore para llevar
los acontecimientos a un final de tragedia que acaricia todas las esferas de la
vida y el problema existencial que podría enfrentar una persona común que se
levanta a llevar a sus hijos a la escuela e irse al trabajo.
¿Sobre
qué podrían ponernos a reflexionar las metáforas de Watchmen? ¿Sobre Dios? ¿El
tiempo? ¿El amor? ¿El poder? ¿La violencia en nuestra sociedad? La respuesta es
todas y bastantes otras. Podrían hacerse análisis de peso completo (y no dudo
que ya los hay) sobre cualquiera de estos temas en la obra de Moore cruzándolo
con conceptos académicos de Heidegger, Marx o Lacan. Más no así sobre la
película, que se queda corta por una u otra razón y no obedece con fidelidad a
la obra original. Con tres horas de duración sucedió lo mismo que sucederá con
cualquier obra de Moore que se quiera adaptar al cine; pasó por dolorosas
amputaciones, y en un colmo que parece sacado de la historieta Condorito, lo
que decidieron evadir fue el tema metafísico que eleva el trabajo de Moore por
encima de una obra de cómic popular, para irse por otro igual de difícil pero
más fácil de vender por lo familiar que es para el público: el Poder en un
mundo hundido en tensión geopolítica donde conviven dos superpotencias
dominantes que tienen armas para destruir la civilización. Con esto lo que
acontece no solo es que se priva al público de una obra que en dos películas y
mostrado con más calma se habría logrado mejor, sino que deja la impresión en
todo a aquel que no se quiera dar el tiempo para leer la obra original de que
el formato de cómic no aborda esos temas y es un oasis creativo para contar
historias lineales. Hace intuir al público que la cosa se queda en vigilantes
enmascarados salvando al mundo.
La
parte que a mí sí me gustó de la película de Watchmen es que se mostraron casi
todos los personajes de la historieta con pocos tapujos, algo en lo que las
adaptaciones de Nolan en la nueva trilogía de Batman han sido más afortunadas.
Será por el estatus mítico del personaje de DC Cómics que el público está
dispuesto a aceptar lo que le lancen. Desde las juguetonas adaptaciones de Tim
Burton, pasando por las horrendas tonterías de Joel Schumacher el público se ha
comido todo lo que le avientan que contenga al héroe de Gotham. Más lo que hace
brillar a las obras de Nolan es la seriedad con la que se toma a los
personajes. Tan solo el proyecto y el éxito comercial de la película son ejemplos de cómo hacer bien las cosas en Hollywood; es un estandarte para los
cineastas de cómo comprometerse con los personajes de cualquier historia y
hacerlos existir de verdad en su microcosmos. Un acierto que ha tenido en mayor número de ocasiones Marvel
al encargar los proyectos de Blade a Stephen Norrington, X-Men
First Class a Matthew Vaughn, Iron Man a Jon Favreau, y The
Incredible Hulk a Louis Leterrier. Todos tomando una actitud
cinematográfica y de negocios seria ante proyectos que bien podrían haberse
quedado en el camino como Captain America, Green Lantern, Thor y como al
parecer lo hará The Avengers. Con estas últimas todo parece indicar que la
adaptación de cómics de súper héroes al cine podría mandar el buen momento que
empezó a atravesar hace 10 años la exposición de obras de tira cómica a un
público amplio pero prejuicioso, directo al corral de malas costumbres de la
industria dónde se encontraba hace 20 años.
¿Qué
hacer para no regresar a estos malos hábitos? Precisamente lo que Nolan,
Norrington y Favreau hicieron: tomarse la cosa en serio.
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